(xxvii)

(Almuerzo con N.) Desayuno andaluz, radical por lo que tiene de supresión de lo accesorio, mientras ojeo los periódicos españoles —a primera hora de la mañana no consiento lenguas extranjeras; por lo general, me reconcilio con ellas solo más tarde, a partir de las doce. Me ducho, pero con matices: «La ducha es milanesa, porque uno se lava mejor, gasta menos agua y pierde menos tiempo. El baño, en cambio, es napolitano. Es un encuentro con los pensamientos, una cita con la fantasía». Tras ungirme de un perfume anticuado, renegrido y oriental, me visto con sencillez —suéter de cachemira, pantalón de franela y zapatos de ante—, y salgo de mi apartamento en el ensanche barcelonés, iniciando un paseo sin sustancia, cual flâneur de provincias, estúpido y sentimental. Llego, evidentemente, tarde, excusándome ya desde la distancia. En fin, pido algo de beber, y al recostarme, como los antiguos, en la terraza, fantaseo, por un momento, que el Consejo de Ministros se ha disuelto, Francisco Javier García Gaztelu alias «Txapote» continúa preso lejos, lejísimos de su hogar, y España vuelve a ser, en este Viernes Santo, y como antaño, una sociedad decente.

(Javier Marías cita los Psalmos en su última novela: «Si el Señor no construye la casa, trabajan en vano los que la erigen; si el Señor no guarda la ciudad, el centinela solo se despierta en vano»).

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