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Madrid, 12 de agosto de 2023

Hay algo bárbaro en la ropa entallada y su renuncia a disimular aquellos defectos aparentes para exponer nuestras más íntimas vergüenzas. A. decía que nunca estaría con un hombre que llevase los pantalones más ajustados que ella.

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Madrid, 9 de agosto de 2023

Los náuticos, hasta la adolescencia, tolerables; a partir de ella, solo sugieren la capitanía de un barco que fracasó—y por tu culpa.

lxiv

Madrid, 22 de julio de 2023

Llevar el puente de la nariz graciosamente manchado de café es un modo de enfrentar el mundo como otro cualquiera—y es el mío.

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Madrid, 21 de julio de 2023

«Es usted una de las mejores personas que conozco: tiene un corazón tan grande…; eso sí, como jefe, arruinaría a cualquier empresa».

Hasta el punto y coma, pura hipérbole; tras él, acaso la constatación de un hecho, no menos cierto por la mera circunstancia de no haber sucedido.

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Madrid, 4 de julio de 2023

E ir a notaría recolocándote el nudo de la corbata con esta sonrisa que no se te quita tras haberte cruzado con Amber Heard corriendo —ella, no tú— por Serrano, a la altura de la bandera de Colón. (Tanto como decir dos patrias en horizontal, a la manera de Eurasia, que se extiende desde España hasta el Japón).

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Madrid, 2 de julio de 2023

El arte contemporáneo—tan necio como las espléndidas bacanales de la ciudad durante la antigüedad, mientras tras las murallas los bárbaros apostados en las montañas se calentaban con fuego y avistaban Roma con ojos fieros llenos de envidia.

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Madrid, 24 de junio de 2023

Los bancos se construían sobre edificios de piedra para sugerir confianza, solidez y permanencia—y los abogados llevamos corbata: nuestra marmórea columnata.

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Madrid, 22 de junio de 2023

La belleza siempre queda; primero como farsa, luego como tragedia.

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Pasado Pozo Cañada, 7 de mayo de 2023

Mi estatua se proyectó derribada por la muchedumbre. Una muchedumbre que me desconocía—derribado por el mero placer de ver a un hombre caer.

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Madrid, 15 de octubre de 2022

Tanto me impacienté para que la acacia frente a mi balcón floreciese —rezagada como estaba respecto de las demás, a pesar de mis lisonjas y cariños— y ahora ando rogándole que amarillee. Es en ese momento, al certificar por fin el otoño, que me siento como cuando Aquiles depuso su cólera tras la muerte del amado Patroclo, y Palas Atenea circundóle la cabeza con áurea nube, en la cual ardía resplandeciente llama.