(xxi)

(Una definición satisfactoria del intelectual de derechas) Aquel más cerca de la fatwa que del Nobel.

(xx)

«Podrían resumirse así: este es el triunfo de los modelos paganos en el más católico de los siglos con el más católico de los reyes al frente, oh paradoja; y en medio de la Contrarreforma y la fiebre mística que recorría España, la más clara proclamación de la sensualidad y los “frescos racimos”, que dijo Rubén Darío […] Y la de vueltas que da la vida: casi cinco siglos después también sigue el reino de Bélgica más o menos como lo dejó Guillermo de Orange, a merced de oscurantistas y atormentados. A cada cual le corresponde ahora escoger de qué lado de la vida quiere estar, el de los “frescos racimos” o el de los siniestros y “fúnebres ramos”, por seguir con Darío».

Andrés Trapiello en El Mundo –por lo demás, la libertad de la constitución fue siempre eso para mí: un fresco racimo, núcleo de un bodegón espléndido. Pero no me engaño acerca de su sino: la nature morte.

(De Bélgica, como de la voluntad como soporte de lo ético, no cabe hablar).

(xix)

«P. Pero ayuda a vivir, espanta los males…

R. Yo prefiero pensar eso, que lo hemos llevado con muy buen humor y hemos espantado la pena. Los personajes de más arte, gracia y humor que he conocido eran flamencos. El Beni, Pericón… No los he conocido con más arte. Y, como decía El Gallina, he recorrido los seis continentes, desde Asia hasta Madrid.

P. Ole».

De una entrevista a Enrique Morente en El País en el año 2003, tras publicar aquel El pequeño reloj; nótese que las entrevistas flamencas y taurinas comparten un rasgo común: son esencialmente intraducibles. Coquetería aparte.

(xviii)

Ava Gardner sentada entre la multitud de Las Ventas —ambas, Ava y la multitud, probablemente las únicas certezas nacionales, junto con la Guardia Civil— mira a la cámara (¡Ava Gardner te está mirando!) mientras se sujeta ligeramente la cabeza con la mano, y yo no puedo evitar recordar, como Borges, que el jaguar era uno de los atributos de dios.

(Tras su barbilla, la de Carmina Ordóñez. Después la nada).

(xvii)

(Los bares) Nadie salga sin saber geometría.

(xvi)

«John Adams: My dearest friend, whether I stand high or low in the estimation of the world, my conscience is clear. I thank God I have you for a partner in all the joys and sorrows, all the prosperity and adversity of my life. To take a part with me in the struggle.

Abigail Adams: Should I draw you the picture of my heart, you would know with what indescribable pleasure I have seen so many scores of years roll over our heads, with an affection heightened and improved by time. Nor have the dreary years of absence in the smallest degree effaced from my mind the image of the dear, untitled man to whom I gave my heart. You could not be, nor did I wish to see you, an inactive spectator.

John Adams: Posterity! You will never know how much it cost the present generation to preserve your freedom! I hope you will make a good use of it. If you do not, I shall repent in heaven, that I ever took half the pains to preserve it.»

Del final de John Adams (2008) (y este de la correspondencia entre John y Abigail Adams). Una de las escenas más bellas que recuerdo, además de aglutinadora de todo lo que pienso sobre las relaciones y la política –es decir, de todo lo que pienso.

(xv)

(Guía brevissima y desordenada sobre los restaurantes italianos) Evite los locales con demasiado lustre: los italianos han comprendido que el diseño de los muebles y el sabor de la comida son dos jardines que se bifurcan. Del servicio, acaso recordar que suele ser gender-oriented —los camareros italianos están locos por las chicas, y, mi dispiace signore, eso incluye a su cita. Mala suerte. Olvídese de la burrata y de la gente que pide burrata. Sobre la bruschetta: me caen simpáticos los pueblos que tuvieron la idea de poner tomate sobre pan y creyeron haber inventado algo digno de ponerle un nombre. No se líe: la margarita es la medida de todas las cosas: si no está a la altura, vuelva a ponerse el abrigo y lárguese sin pagar; abofetear al gerente es una opción, en absoluto excesiva («no soy el gobierno, así que no me pida indultos»). En la pasta, todo es pedigrí: si es del sur, alle vongole; de Roma, la carbonara; y si es del norte, ¿qué está haciendo con su vida? Pídase una milanesa o un ossobuco y tenga un poco de cabeza. Por el amor de Dios.

(xiv)

«Vivíamos como reyes. Bebíamos vodka a cántaros. Las chicas bonitas nos querían bien. Andábamos sobre alfombras doradas, nadábamos en la abundancia y pagábamos con oro, plata y dólares. Pagábamos por todo, por el vodka y por la música. Al amor con el amor, y al odio con el odio…».

Durante cierto tiempo creí haber leído este fragmento de El enamorado de la Osa Mayor en una edición ajada y de lomo estelado, mientras me alojaba —por apenas cuatro o cinco días— en un monasterio cisterciense. Más tarde reparé en que aquel recuerdo era imposible, pues el párrafo pertenecía a un prólogo escrito por el autor que mi edición no incluía. Mientras escribo estas líneas, con el libro delante de mí, observo que no posee tal cosa como estrellas en el costado, sino un fondo perfectamente ocre, o tal vez marfil. Ahora dudo de que existiera el monasterio, al que nunca he vuelto.

(xiii)

–«¿Y el más grande quién es?
–El más grande… ¿Quién va a ser el más grande, papá? El Diego, hermano.
–Es así.
–Y… Se me llenan… Mirá, mirá: se me caen las lágrimas, bol… El Diego, loco. El Diiiiiego. El Diegote. El que lo bardeaba a… A los Grondona… Ese es el más grande de toda la vida, de toda la historia. El Diego Armando Maradona. Acá, papá. Acá, chabón. Fenómeno, drogadicto, lo que sea, papá. Yo te llevo en el alma, loco. Este es el más grande. Este se la jugó por la Argentina. Perón robó, todos robaron. Este, con el tobillo así con Brasil, le hizo así: “¡Caaaniii! ¡Caaaniii!”. ¡Pum! Y quien… El futbolero lo entiende, hermano».

(xii)

En la muerte de Bond: nacionalista, cruel, mujeriego, hedonista, irónico, subversivo. Muy noble, leal y siempre heroico comandante de la Royal Naval Reserve. Elitista y monárquico, conservador de antaño —pienso en Iris Murdoch, a la que nunca nadie besó los pies mejor que Oakeshott—. Bebedor prodigioso de dry martinis («Manolo dice que el dry martini es como un cuchillo disuelto»). Escocés, que es mi manera favorita de ser británico. Una reliquia de la Guerra Fría. Sí. Pero qué reliquia, Sir.