(Ser príncipe) «Reservado y solitario, Lampedusa llevó en Palermo una vida monótona, rutinaria, sin drama. Dijo en alguna ocasión que su profesión era “ser príncipe”. Vivía sin grandes medios, de las modestas rentas que pudo conservar de la fragmentadísima herencia de los Lampedusa, tras frecuentes pleitos y múltiples problemas administrativos con miembros de otras ramas de su familia. Nunca trabajó, en efecto (o trabajó “de príncipe”). Se levantaba pronto, paseaba por calles, cafés y librerías de Palermo: la pasticceria de Massimo, los cafés Caflish y Mazzana, la librería Flaccovio. Leía durante horas en su biblioteca. La lectura, no escribir, era su verdadera vocación. Acudía a alguna tertulia o con intelectuales locales (Bebbuzzo Lo Monaco, Virgilio Titone, Gaetano Falzone) o con algunos jóvenes escritores, o aspirantes a serlo (su sobrino e hijo adoptivo Gioacchino Lanza Tomasi, modelo del Tancredi de El Gatopardo, Francesco Agnello, Francesco Orlando), a los que en algún momento dio, además, cursos de literatura (de los que quedaron centenares de páginas manuscritas inéditas). Era cultísimo. Conocía a la perfección sobre todo las literaturas inglesa, francesa y rusa. Los mismos escritores a los que conoció en 1954 en San Pellegrino Terme –Bassani, Montale, por ejemplo– le parecieron personas de cultura sólo discreta. Mantenía una óptima relación con sus excéntricos y divertidos primos Giovanna, Casimiro y Lucio Piccolo a cuya casa en Capo D’Orlando, en el nordeste de Sicilia, cerca de Messina, Lampedusa iba con frecuencia. Con Licy, que no se instaló en Palermo hasta que en 1946 murió Beatrice, la madre de su marido (antes, desde 1943, Licy vivió en Roma), coincidía ya al atardecer: leían, oían música e iban al cine. Viajaban con alguna frecuencia a Roma».
Juan Pablo Fusi en Revista de Occidente, cuyo diseño conserva un aire anticuado y encantador. Por una mezcla más o menos evidente de geografía y ethos, Palermo, Cádiz o la Provenza constituyen plazas excelentes para ser príncipe, mientras que otras —pienso en Barcelona, Londres o Nueva York, no tanto Madrid— se me hacen profundamente hostiles.