Escúcheme bien: aprenda inglés. No alemán: ellos ya saben inglés, no se preocupe por eso; aspire a hablarlo como uno de esos tudescos. Tampoco chino. Dedique su tiempo a tareas más placenteras —si es miembro del Opus Dei, a mí me gusta recomendar el cilicio—. Estudie, pero no demasiado. Lo suficiente para llegar al notable: el sobresaliente está overrated, excepto que quiera quedarse en la universidad. No se quede. Cuando estudie, eso sí, hágalo de veras. La biblioteca de la facultad no es un lugar aconsejable para concentrarse, ni en general para cualquier cosa distinta de ligar con sus compañeras de clase. Aproveche su tiempo libre para ver películas, leer libros y conocer gente. Absórbalo todo. Los clubes de debate están bien, pero son a la oratoria lo que el menú para niños a una degustación gastronómica: el concepto es esencialmente el mismo pero la ejecución y la creatividad requerida no tienen nada que ver. Compre el periódico cada mañana, sea exigente con lo que lea y solo atienda a los buenos: aunque la Escuela de Bolonia desapareció hace siglos, aún puede aprenderse a glosar leyendo a periodistas como Arcadi Espada. Fíese de su intuición pero recuerde que cada afirmación debe ser probada, y esto es tanto o más cierto fuera de un juzgado. El Mundo, en España, y el Financial Times y el Economist, en la pérfida Albión, son buenos sitios donde empezar. Escuche la radio, es decir, a Carlos Alsina. Y a ese grupo de viejos amigos que son los Cowboys de Medianoche. Siga el ejemplo de Don Eduardo Torres-Dulce: primero, gentleman; segundo, cinéfilo; tercero, fiscal general del estado. Váyase de Erasmus, pero no a Italia: eso no es irse de Erasmus sino de farra. ¿Por qué no prueba con una bonita y gélida ciudad centroeuropea? Aproveche y trate de encontrar una rubia de ojos glaucos, a ser posible que no hable ni una pizca de español. Aléjese de sus compatriotas como el que se refugia de la peste bubónica en una villa de la Toscana. En principio, España y los españoles seguirán ahí a su vuelta, aunque a estas alturas no le prometo nada. No ahorre ni un centavo, por el amor de Dios: los fondos europeos están para gastarlos, y brinde por el contribuyente holandés en cada ocasión que se le presente. Deje que le rompan el corazón. Ante todo, no se consuma. Y recuerde: usted será abogado las veinticuatro horas del día, y la gente esperará que actúe como tal. Así que compórtese. Estos, de tener alguno, son los consejos que le daría a un joven estudiante de derecho.