(iv)

No quitarme el pijama, pero ir impecablemente vestido. Escuchar a Brassens. Y a Aznavour, y a Tenco. Soñar con un gato negro llamado Talleyrand. Leer el periódico como antaño, desde el principio hasta el final. Y a la judía, lápiz en mano. Aprender algo delicado, inútil y pintoresco —francés, por ejemplo—. Acordarme de Sorrento en invierno, y lo feliz que fui. Volver a Garci. Boxear en soledad, contra la pared y contra mí mismo. Perder. Hacer algo hortera (tratar de combinar el pañuelo de bolsillo con la corbata, o beber Dom Pérignon del cincuenta y tres a una temperatura superior a los cuatro grados). Encargar un esmoquin blanco. No cocinar bajo ninguna circunstancia. Pensar en el sur, que no existe cuarentena si existe Andalucía. Reírme con Jardiel Poncela y Mihura. Reconciliarme con mis enemigos. Sufrir las consecuencias. Escribir algo de belleza. Ser, al fin, un caballero. Reconocer que también esto pasará. Echar de menos Francia, y a mi francesa. Todo eso es lo que me espera.

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