xcvii

Madrid, 2 de noviembre de 2025

No es el arte para mí un refugio, sino piedra de toque; y así, hoy no disfruto de las cuerdas y los violines, el chelo y las danzas españolas, húngaras y romanas, de Inglaterra, Escocia y Danny Boy, sino que todo me lleva inevitablemente a lo que hay antes y después, a la vulgaridad y la descortesía, a las mentiras a la cara y las pequeñeces, la ponzoña y la estupidez, y entonces me enfurezco, y termina la música y estoy fuera de mí, ya basta, ya basta, etc. y luego me acuerdo de Pompelmo —la tengo aquí a mi lado—, del perro Paspartú y, en fin, de nuevo suenan las cuerdas, las danzas y Gran Bretaña, y entonces voy volviendo a mí, y además comemos ensaladilla rusa y ayer bebimos arak —bueno, yo bebí, a Pompelmo no le gusta el anís ni, asumo, la garriga, ni quizá tal vez Marsella, aunque creo que sí— y entonces vuelvo definitivamente en mí, y hay como mucho aire, y casi, casi, no me acuerdo que es domingo y que esta tarde tengo que trabajar. ¡Hum!