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Madrid, 15 de octubre de 2022

Tanto me impacienté para que la acacia frente a mi balcón floreciese —rezagada como estaba respecto de las demás, a pesar de mis lisonjas y cariños— y ahora ando rogándole que amarillee. Es en ese momento, al certificar por fin el otoño, que me siento como cuando Aquiles depuso su cólera tras la muerte del amado Patroclo, y Palas Atenea circundóle la cabeza con áurea nube, en la cual ardía resplandeciente llama.